miércoles, 8 de junio de 2022

Milicianas republicanas antifascistas


        Creemos necesario la publicación de estos artículos para vencer la amnesia colectiva referente a la Segunda República y a la Guerra Civil que se produjo por la represión franquista y por los estudios sesgados de los historiadores adictos al Régimen. Las milicianas republicanas constituyen un grupo al que se ha querido relegar de la historia de nuestro país. Y son muchos los testimonios en torno al heroísmo, el coraje y valentía de estas mujeres que combatieron en los distintos frentes y que causó el asombro de los mismos milicianos.
 

Foto: Cartel de la guerra civil. Biblioteca Nacional de España.

            En 1936, algunas mujeres, ante la agresión fascista al gobierno legítimo de la Segunda República, se incorporaron a las movilizaciones populares y tomaron las armas como respuesta inmediata al ataque de los rebeldes. Se unieron a sus compañeros varones y se enrolaron en la milicia republicana. En un primer momento no pensaron que su condición de mujer fuese problema cuando se unieron a la resistencia armada. Fueron varias las causas que motivaron la decisión de la participación de las mujeres en el combate armado:

            *Demostrar su repulsa al fascismo.

*Su conciencia política y social

            *Defender los derechos políticos y sociales que habían adquirido durante la República.

            *Seguir participando en los movimientos sindicales y sociales.

           *Asumir un papel totalmente nuevo que rompía las limitaciones de las normas tradicionales de la conducta de género.

        Las movilizaciones antifascistas admitían que las mujeres jóvenes y audaces pudieran optar espontáneamente por luchar igual que los hombres. Algunas no quisieron aceptar un papel secundario en la retaguardia. Otras, influidas por sus propias circunstancias acompañaban a sus maridos o novios al frente. Incluso algunas madres acompañaron a sus hijos en el campo de batalla. La mayoría de las milicianas eran jóvenes, estaban libres de responsabilidades domésticas y sin cargas familiares. No existía una política oficial de reclutamiento femenino, la entrada en la milicia era voluntaria.

 

Foto: Archivo Histórico Nacional

El primer batallón femenino se formó en los primeros días de agosto de 1936, compuesto por mujeres de Barcelona, Sabadell y Mataró y se incorporó a las fuerzas republicanas que fueron a defender Mallorca de los rebeldes fascistas. Aunque la experiencia cotidiana constituyó el apoyo a los servicios auxiliares. 

Algunas mujeres fueron a alistarse a las milicias por los canales oficiales y fueron rechazadas en razón de su sexo, lo que ocasionó decepción. Sin embargo, en los frentes, existía una división sexual del trabajo, ellas realizaban las labores de cocina, lavandería, sanitarias, correo, de enlace y administrativa. La falta de formación militar de las mujeres provocaba esta segregación laboral. Aunque, no todas estaban de acuerdo con que se le asignaran estas tareas.  

Cuenta Mika Etchebéhère, en su libro Mi guerra en España, (alcanzará el grado de capitana, única mujer con mando de tropa en la guerra de 1936-1939) que llegaron a su columna dos milicianas y una de ellas, llamada Manuela le dijo ¨He oído decir que en vuestra columna las milicianas tenían el mismo derecho que los hombres, que no lavaban ropa ni platos. Yo no he venido al frente para morir por la revolución con un trapo de cocina en la mano¨.

Los corresponsales de guerra y los miembros de las Brigadas Internacionales contribuyeron a la buena propaganda de las milicianas en el extranjero, destacaron el valor característico de muchas de ellas y describían la “gran seriedad y atractivo de las jóvenes partisanas” que estaban movilizadas en los distintos frentes. Heroísmo, valor y fuerza fue parte de la leyenda de la mujer soldado contra el fascismo en las primeras semanas de la guerra.

Existen muchos testimonios sobre el heroísmo de mujeres que lucharon en los frentes, la lista sería numerosa y no se pueden nombrar a todas. Destacamos algunas de ellas:

Rosario “la Dinamitera” que con 17 años se incorpora a las Milicias obreras del Quinto Regimiento y fue destinada a la sección de dinamiteros. Ella decía “porque si no se detenía a los rebeldes tendríamos una dictadura y nosotros, los trabajadores, lo pasaríamos mal”. El poeta Miguel Hernández la inmortalizó reconociendo su valentía con su poema titulado“Rosario, dinamitera”

Rosario, dinamitera

puedes ser varón y eres

la nata de las mujeres,

la espuma de la trinchera.

Otra miliciana que ha pasado a la historia de heroínas fue Lina Odena. En julio de 1936 tomó las armas y participó en varios combates. El 14 de septiembre, junto al pantano de Cubillas, en un control de los falangistas y viéndose rodeada, prefirió terminar con su vida antes de ser prisionera y torturada, Lina sacó su revólver disparándose en la sien.

Casilda Méndez, militante anarcofeminista y resistente antifascista. Se destacó en las luchas de julio de 1936 en San Sebastián y en la batalla de Irún, de la cual tuvo que pasar a Francia. Volvió a la península vía Cataluña y marchó a la defensa de Madrid, posteriormente, entró en una brigada anarquista al frente de Aragón.

 

Rosario "la Dinamitera, Lina Odena y Casilda Méndez
 

En los carteles de guerra destacaba la imagen subversiva de la mujer combatiente vistiendo un mono azul, llegó a tener más protagonismo que las imágenes de los hombres. De esta manera, realizaban un papel de exhortación al cumplimiento de su deber de milicianos en la resistencia antifascista.

La adopción de la ropa masculina, mono azul, representando a los obreros o falda pantalón, era una reivindicación a favor de la igualdad de condición. Pero eran pocas las que lo vestían. No representó un sector significativo, e incluso muchas mujeres de la clase obrera rechazaron esta vestimenta. En definitiva, la miliciana no constituyó el modelo de mujer asociado a la resistencia fascista.

La dirigente comunista Teresa Pàmies apostaba por la falda pantalón, decía: “esta nos permitía saltar a los camiones, montar en bicicleta, trepar a las farolas, salir con una brigada de ayuda a los campesinos o ayudar en las tareas de desescombro”.

            Según Mary Nash, “La miliciana no constituía un nuevo y auténtico prototipo femenino sino, sencillamente, un símbolo de la guerra y la revolución”,

        También, hubo otro grupo importante de mujeres combativas, las madres, consideradas heroínas de la retaguardia. Apelar a la maternidad y al derecho de las madres a defender a sus hijos de la brutalidad fascista era un método potente y eficaz y llegó a ser un factor importante para movilizar a las mujeres hacia las causas antifascistas y revolucionaria. Muchos carteles representaban imágenes de madres combativas correspondían a mujeres maduras representadas como madres y esposas que trabajaban en la retaguardia en tareas de apoyo.

 


        Meses más tarde la actitud hacia las milicianas cambió de forma espectacular, se pasó de encomiarlas a ridiculizarlas y desacreditarlas. Hubo un consenso social de obligar a las milicianas a retirarse de los frentes de combate y les rogaban que se organizasen en la retaguardia.

            A finales de otoño de 1936, Largo Caballero, aprobó unos decretos militares que ordenaban a las mujeres a retirarse del frente. No todas lo abandonaron, pero su número descendió drásticamente. Casos excepcionales fueron Casilda Méndez y Lena Imbert que estuvieron en el frente hasta bien entrado 1937.

          Las razones para justificar el programa de confinamiento de las mujeres en la retaguardia y que argumentaron formaciones femeninas y grupos políticos fueron: eran más eficaces allí, puesto que estaban capacitadas para llevar a cabo las tareas de apoyo bélico y su falta de formación militar y desconocimiento del manejo de las armas. Las organizaciones femeninas sostenían que las diferencias psicológicas y biológicas imponían su confinamiento

        En realidad, había otro asunto de fondo del debate. En otoño del 37, el problema de la prostitución, se había vinculado a la presencia de las mujeres en el combate. Esta acusación fue decisiva para desacreditarlas y motivar la demanda popular de que fueran expulsadas de los frentes. Esta inculpación recibió una gran atención tanto en la prensa republicana como fascista fue determinante y un instrumento eficaz para confinarlas a la retaguardia. A menudo se vinculó a las milicianas con la prostitución y antiguas milicianas habían denunciado un ataque difamatorio sobre su integridad, orquestado tanto por la propaganda fascista como por las fuentes de información republicanas.

        Es de justicia traer la Memoria Histórica a todas aquellas mujeres que, en la primera etapa de movilizaciones populares, tomaron sencillamente las armas como respuesta inmediata a la agresión fascista, al igual que lo hicieran los hombres.

        Para terminar una cita de Casilda Méndez, miliciana que combatió en las Peñas de Aya: “Mi corazón no puede quedar impasible viendo la lucha que están llevando a cabo mis hermanos… si alguien os dice que la lucha no es cosa de mujeres, decidle que el empeño del deber revolucionario es obligación de todos lo que no son cobardes”.

 

Vicky Fernández, Asociación Cultural 'Entre Cañas'

 

 

BIBLIOGRAFÍA:

NASH, Mary. Rojas. Las mujeres republicanas en la Guerra Civil. Madrid. Grupo Santillana de ediciones, S.A. 1999.

ETCGEBÉHÈRE, Mika. Mi guerra en España. Barcelona. Alikornio ediciones. 2003

 

 

Fotos: Archivo Histórico Nacional


Fotos: Archivo Histórico Nacional
 

Fotos: Archivo Histórico Nacional







Milicianos y milicianas repeliendo un ataque. Foto: Archivo Histórico Nacional

 Documentación gráfica: Dori Castillo Delgado