Un hecho impensable no hace mucho tiempo es el evidente interés que está despertando en la actualidad el patrimonio histórico en el gobierno municipal de Nerja. Tal cambio de actitud nos alerta sobre las variables del concepto de patrimonio que puedan concebir para tal interés.
En principio, el término patrimonio nos remite a la idea de unos bienes que se poseen, ya sea por herencia o por haberlos ido acumulando a lo largo del tiempo, pero esa idea no es exacta cuando es culturalmente definida. Hoy día, el patrimonio ha superado ya la etapa de “puramente histórico” de rarezas, restos u objetos aislados, curiosos o valiosos del siglo XIX, y se ha convertido en algo más amplio que está en constante evolución. El patrimonio cultural no son sólo iglesias, palacios, cuadros, restos industriales, centros históricos o yacimientos arqueológicos, sino que a todo ello se suma el paisaje, la naturaleza, la cultura y las tradiciones populares. No se trata, por tanto, sólo y exclusivamente de un recurso económico, sino que entraña también un componente social, identitario y cultural que es necesario entender para gestionar debidamente.
Es lógico pensar que en un pueblo como Nerja, que esencialmente vive del turismo, se entienda que el valioso patrimonio histórico que poseemos pueda ser un recurso turístico muy rentable, pues el turismo cultural es más beneficioso desde el punto de vista económico que el modelo fordista u organizado, ya obsoleto, de sol y playa. Sin embargo, la utilización de este valioso recurso turístico entraña ciertos riesgos según sea gestionado.
Río Chillar masificado cada verano. Fotos: José Carlos DS |
El Instituto de Patrimonio Histórico de Andalucía (IPHA) define tres tipos gestión patrimonial (experta, turística y participativa) "que suponen perspectivas patrimoniales distintas, responden a concepciones e intereses divergentes y se materializan en resultados muy diferentes. Los tres enfoques ideales señalados desencadenan dinámicas contradictorias en el binomio patrimonio cultural/sociedad. Con sus particularidades, los dos primeros se traducen en un distanciamiento de la sociedad con el patrimonio; el tercero, con sus dificultades, implica, teóricamente, un control social de los significados y usos del patrimonio, lo que potencialmente puede permitir su sostenibilidad gracias a la activación de iniciativas de turismo patrimonial de base local."
La gestión experta interpreta el bien cultural como un valioso vestigio del pasado, según criterios técnicos especializados, y consiste fundamentalmente en asegurar la preservación material del bien. En este modelo se espera que la población (nativa o visitante) adopte un rol pasivo y una actitud contemplativa de veneración ante el bien consagrado por el discurso patrimonial autorizado.
La gestión turística, en cambio, interpreta el patrimonio cultural como un recurso al servicio del desarrollo económico. Concibe la “gestión patrimonial” únicamente como “gestión turística”, lo que subordina el patrimonio a la lógica de mercado. Este modelo es esencialmente instrumental, pues contempla al patrimonio como una herramienta dependiente del turismo, que no puede regirse y gestionarse con independencia de la apuesta por el crecimiento sostenido del sector. La gestión patrimonial es, por tanto, considerada como un capítulo más dentro de la estrategia política-empresarial de crecimiento turístico, lo que supone la transformación del patrimonio en producto. “Poner en valor” significa en última instancia “poner en valor turístico” (Fernández de Paz, 2015; 2006) y toda intervención sobre el patrimonio está destinada a aumentar su atractivo turístico. Lógicamente, desde este enfoque la población es contemplada básicamente como consumidora del producto “bien cultural”.
Con frecuencia, el éxito de esta estrategia deriva en un incremento progresivo del número de turistas que sobrepasa la capacidad de carga de los destinos (overtourism), saturando y monopolizando los espacios públicos. El lugar corre el riesgo de transformarse en escenario al servicio del turismo y la población residente en simples "figurantes" de la obra, subordinando todo a su lógica mercantil. Incluso los propios bienes patrimoniales (hasta ahora representativos emblemas de la sociedad local) se resignifican como recursos consumibles. Este fenómeno es denominado en ciencias sociales como turistificación. En este cuadro del IPHA se muestran los principales efectos de dicha turistificación:
Nerja ya está turistificada, pero ahora se corre el
riesgo de ampliar este peligro hacia otros recursos aún no explotados, como es
el patrimonio y la naturaleza.
Por último, la gestión participativa, siempre según el IPHA, "concibe al patrimonio como un elemento que pertenece en origen al pasado o a una tradición, pero que se valora desde el presente. En coherencia con lo anterior, pretende asegurar la continuidad de los usos sociales del patrimonio (García Canclini, 1999) e incorporar a los bienes en la cotidianidad de la sociedad en la que se enmarca y a la que representa. Desde este enfoque se apuesta por un sistema de gestión en el que las comunidades simbólicas (depositarias, usuarias y creadoras de este legado) son las que, en última instancia, determinan la definición y los usos del patrimonio. Este principio de gestión, inclusivo y participativo, es asumido por entidades relevantes como la propia UNESCO que alienta a los estados partes a procurar que las propias comunidades "que crean, mantienen y transmiten ese patrimonio” participen activamente en la gestión del mismo (UNESCO, 2003: artº 15)."
Estos tres paradigmas aislados, excluyéndose unos a otros, pueden incidir negativamente en la conservación y salvaguardia de los bienes culturales, tanto históricos como naturales. La gestión turística del patrimonio ideal incluría a los tres modelos: experta, turística y participativa. Incluir el modelo de gestión participativo implica, teóricamente, un control social de los significados y usos del patrimonio. Según los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Junta de Andalucía "el futuro del patrimonio y su gestión pasa por entenderlo en su dimensión territorial, como un factor que contribuye al desarrollo, pero con unas necesidades propias, dado su carácter simbólico, que lo aleja de poder ser considerado un mero recurso económico. Las administraciones públicas deben adoptar una función catalizadora y relacional de la multitud de agentes que intervienen, buscando en los territorios la cooperación institucional y la participación del tejido productivo y asociativo, como aliados necesarios en iniciativas para abordar proyectos compartidos, en complicidad con la ciudadanía."
En definitiva, la asociación del patrimonio a la identidad y, al mismo tiempo, a la participación ciudadana puede generar contradicciones, conflictos, malentendidos o instrumentalizaciones, pero también coincidencias y retroalimentación. Sólo una gestión sensible con los significados, usos y depositarios del patrimonio puede asegurar su salvaguardia y promover una experiencia turística satisfactoria.
El turismo cultural, el turismo industrial y el de naturaleza atraen a un visitante con mayor nivel sociocultural, que realiza mayor gasto en destino y contribuye a revalorizarlo. Por contra, la turistificación, ahora también del recurso patrimonial y de naturaleza, provocará un visible deterioro de la imagen de Nerja como destino turístico, contribuyendo, por tanto, a su desvalorización.
En el equilibrio entre los tres paradigmas expuestos: experto, turístico y participativo, está la clave para llevar a buen término el verdadero desarrollo turístico del futuro que Nerja necesita.
Dori Castillo Delgado, Asociación Culural 'Entre Cañas'
Ejemplos de turistificación del Patrimonio Cultural:
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